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El pasado 28 de abril, millones de españoles nos quedamos a oscuras. Literalmente. Un apagón masivo paralizó la península ibérica: trenes detenidos, semáforos fuera de servicio, hospitales funcionando con generadores, aeropuertos colapsados, redes de comunicación fuera de juego… y lo peor: al menos ocho personas perdieron la vida por culpa de un sistema eléctrico que simplemente colapsó.
Este artículo no es para asustarte, es para despertarte. Porque lo ocurrido no fue una casualidad, ni un accidente meteorológico, ni un ciberataque ruso. Fue la consecuencia directa de una gestión energética irresponsable, basada más en titulares verdes y postureo ideológico que en criterios técnicos y de seguridad.
La energía nuclear: el gran chivo expiatorio
Mientras se restablecía el suministro, muchos nos preguntábamos: ¿dónde estaban las centrales nucleares? Pues estaban desconectadas, por seguridad. ¡Claro! Sin red estable, las centrales nucleares no pueden seguir suministrando energía porque su prioridad es proteger el reactor. Pero cuando se estabiliza el sistema, son las primeras en ofrecer energía fiable, constante y sincronizada.
Y aún así, lo primero que hace este gobierno y sus socios es volver a hablar de cerrar las nucleares. ¡En serio! Con el cuerpo aún caliente del apagón, siguen con su mantra de que «la nuclear es peligrosa y cara». Lo peligroso es un sistema que depende casi exclusivamente de renovables intermitentes, sin respaldo térmico ni estabilidad. Y lo caro… es perder vidas por decisiones políticas sin cabeza.
Los huertos solares sin control: una bomba de relojería
Hemos llenado los campos de huertos solares con inversores electrónicos que no aportan inercia ni estabilidad a la red. Muchos de ellos mal configurados, sin protecciones adecuadas, instalados con prisas para acogerse a subvenciones. Sin una normativa única, sin control real de calidad ni de integración en la red. ¿Resultado? Cuando la frecuencia de la red cayó… se apagaron en cascada.
Y ahora nos quieren hacer creer que la culpa es de los operadores, de los técnicos, de los que dan la cara. No, la culpa es de quien ha legislado a golpe de decreto, presionado por lobbies y ecologistas de despacho, sin saber ni lo que es una subestación ni cómo funciona un sincronismo eléctrico.
Agenda 2030: ¡basta ya de sectarismo energético!
La Agenda 2030 podría ser una oportunidad. Pero en manos de este gobierno, se ha convertido en una religion de fe ciega donde lo importante no es la seguridad ni la sostenibilidad real, sino la foto, el tuit, la pancarta. Han forzado una transición acelerada, mal planificada, sin red de respaldo. Y los que lo avisamos, fuimos tachados de «negacionistas» o «retrógrados».
No se trata de elegir entre renovables o nuclear. Se trata de integrarlas con inteligencia y rigor, no de expulsar a la energía nuclear como si fuera un demonio del pasado.
Una advertencia para el futuro
Si seguimos cerrando nucleares y ciclos combinados sin sustituir su función de respaldo, si seguimos llenando el país de renovables sin control de calidad ni sincronismo… esto volverá a ocurrir. Y la próxima vez podría ser peor. No ya por la duración del apagón, sino porque nos puede pillar más vulnerables, con más dependencia, y con menos medios de respuesta.
A las familias de los fallecidos, todo nuestro respeto y condolencias. No debieron morir. Fueron víctimas de una cadena de errores políticos y técnicos que podía haberse evitado. A los miles de afectados, nuestra solidaridad. Pero sobre todo, nuestro compromiso para alzar la voz y exigir una gestión energética responsable, libre de sectarismos, y basada en la ciencia y la experiencia.
Porque la energía no es ideología. Es seguridad, es salud, es futuro. ¡Y no podemos permitirnos volver a quedarnos a oscuras!