Nos dijeron que la reforma laboral sería un avance histórico. Nos prometieron estabilidad, un futuro donde los contratos indefinidos serían la norma y la temporalidad, una sombra del pasado. Pero la realidad ha demostrado ser otra. Detrás de las cifras que celebran la reducción de contratos temporales y el incremento de contratos indefinidos, se esconde un modelo que sigue precarizando a millones de trabajadores. Los contratos fijos discontinuos son el nuevo rostro de la precariedad.
Estos contratos, que en apariencia ofrecen la seguridad de un empleo indefinido, en la práctica, nos dejan en un limbo de inactividad e incertidumbre. Los trabajadores con contratos fijos discontinuos no son considerados desempleados durante los meses que pasan sin trabajo, pero tampoco reciben ingresos. Son invisibles en las cifras oficiales, pero no en la dura realidad que enfrentan día a día.
¿Cómo podemos llamar «indefinido» a un contrato que no ofrece continuidad? Nos hablan de mejora, de avance en el mercado laboral, pero miles de personas pasan meses esperando ser llamados nuevamente a trabajar, sin saber cuándo llegará esa llamada o si podrán mantener a sus familias mientras tanto.
El aumento de la rotación laboral es una clara señal de que este sistema no está funcionando. Los trabajadores no encuentran seguridad en sus empleos y se ven forzados a cambiar constantemente, en busca de condiciones más dignas. La insatisfacción y la falta de oportunidades para conciliar la vida laboral y personal empujan a las personas a renunciar, mientras las cifras oficiales siguen maquillando la verdadera situación.
Es momento de reflexionar: ¿qué hemos ganado con esta reforma? Si los contratos fijos discontinuos solo generan más inestabilidad y precariedad, ¿podemos seguir considerándolo un éxito? ¿Qué sentido tiene reducir la temporalidad si lo que se ofrece es un contrato que en la práctica no asegura nada?
Debemos exigir un cambio real. Necesitamos empleos que no solo se vean bien en los informes, sino que ofrezcan futuro, estabilidad y dignidad. Porque detrás de cada contrato fijo discontinuo hay una persona, una familia, un proyecto de vida que no puede construirse sobre la precariedad.
No podemos permitir que esta falsa realidad se convierta en la norma.
Es hora de luchar por empleos de verdad.