La realidad de nuestra política migratoria es mucho más dura de lo que queremos admitir. Con un sistema que permite la entrada de inmigrantes con perfiles académicos y laborales insuficientes para adaptarse a nuestra economía, nos enfrentamos a un problema creciente. Solo el 68% de los inmigrantes logra acceder al mercado laboral, mientras que el 32% restante vive al margen de la sociedad, dependiendo de las ayudas sociales para sobrevivir. Estas cifras son solo la punta del iceberg. Aún más preocupante es el número de inmigrantes en situación irregular, no contabilizados en las estadísticas, que no pueden acceder ni a trabajo ni a ayudas, y se ven forzados a vivir en la sombra, sin un futuro claro.
La falta de una política migratoria que seleccione y capacite a los inmigrantes para los sectores más necesitados está empujando a miles de personas a la precariedad, alimentando tensiones sociales y agravando la percepción pública de que «los inmigrantes abusan de las ayudas». Pero la verdad es que estamos fallando tanto a nuestra sociedad como a los propios inmigrantes al no ofrecerles una vía real de integración.
Es hora de un cambio. Un modelo migratorio que priorice la formación y la capacidad de adaptación es esencial para evitar que más personas queden atrapadas en el ciclo de la pobreza. Acompañado de políticas inclusivas, este cambio podría marcar la diferencia entre una inmigración sostenible y una crisis social que solo crecerá con el tiempo.
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