La situación migratoria en España y Europa no es más que un reflejo de políticas fallidas que han permitido que miles de personas se tiren al mar, jugándose la vida en busca de un futuro mejor. Sin embargo, la cruda realidad es que muchos de ellos solo encontrarán marginación, pobreza, y en el peor de los casos, delincuencia como única salida.
Nos encontramos ante un sistema roto. Un sistema que, bajo el pretexto de la acogida y la solidaridad, fomenta un efecto llamada incontrolable. Las regulaciones masivas y la concesión de ayudas que, claramente, no llegan ni para los españoles más necesitados, generan falsas expectativas. Los migrantes llegan con la esperanza de integrarse en un país que no tiene los medios para ofrecerles empleo ni oportunidades dignas. Y no es culpa de ellos, sino de quienes han permitido que esta situación se desborde.
Muchos de los que llegan lo hacen sin la formación educativa o laboral que les permita encontrar trabajo en un país donde el desempleo sigue siendo uno de los problemas más acuciantes. ¿Qué les queda entonces? Unirse a las filas de los excluidos, de aquellos que viven en los márgenes de la sociedad, donde la delincuencia a menudo se convierte en la única vía de subsistencia.
Y mientras tanto, ¿qué hace el gobierno?. Se dedica a vender sueños vacíos, promesas de acogida que no son más que palabras huecas. Estamos permitiendo que lleguen personas cuyas costumbres, tradiciones y valores no solo no se alinean con los nuestros, sino que en muchos casos son completamente opuestos. Esta fractura cultural se agrava cuando las tensiones sociales no se abordan, y las diferencias se convierten en el caldo de cultivo perfecto para el conflicto.
Es hora de enfadarse, de exigir un cambio real. Las políticas migratorias no están funcionando. No sirven ni para proteger a los migrantes ni para mantener la estabilidad de nuestras comunidades. El tiempo de las promesas vacías ha terminado. Si seguimos por este camino, estaremos abriendo la puerta a un futuro de caos, marginación y delincuencia. España no puede permitírselo. ¿Hasta cuándo lo permitiremos?
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