
Cada año, la ciudad de Vitoria recuerda el 3 de marzo de 1976, una fecha que marcó la historia de España con sangre y dolor. Es un día de memoria, de respeto y de reivindicación de la justicia para aquellos trabajadores asesinados durante una huelga en plena Transición. Sin embargo, como ya es costumbre, los protagonistas no son las víctimas ni su recuerdo, sino la violencia de la izquierda abertzale radical que, una vez más, ha convertido un homenaje en un campo de batalla.
Lo ocurrido en la marcha de este 3 de marzo no es un hecho aislado. Es parte de un patrón que se repite sistemáticamente: una minoría bien organizada, alentada por ciertos sectores políticos y sindicales, revienta la manifestación para provocar disturbios y enfrentamientos con la policía. Lo vimos en Cataluña con los CDR, lo vemos en el País Vasco con la kale borroka y lo seguiremos viendo mientras la impunidad reine en las calles.
El adoctrinamiento de los jóvenes: un problema que no podemos ignorar
Quizás lo más preocupante de los altercados de hoy no sea solo la violencia en sí, sino quiénes la ejercen. Jóvenes que ni siquiera habían nacido en 1976, que desconocen lo que ocurrió aquel día más allá del discurso sesgado que les han inculcado en casa, en la escuela o en los sindicatos afines a la izquierda radical. Se manifiestan con una brutalidad que no puede ser casual, sino el resultado de un adoctrinamiento calculado.
Cuando vemos a chicos de 16 o 18 años lanzando botellas a la Ertzaintza, prendiéndole fuego a contenedores o destrozando comercios, no podemos dejar de preguntarnos: ¿quién los ha convencido de que la violencia es la única forma de hacer política? La respuesta es evidente. Algunos partidos y sindicatos los utilizan como carne de cañón, como peones de una estrategia de confrontación perpetua que solo beneficia a quienes viven del conflicto.
Mientras tanto, los verdaderos problemas de la juventud vasca —el paro, la falta de oportunidades, la vivienda inalcanzable— quedan en un segundo plano. No interesa educarlos en el esfuerzo ni en el pensamiento crítico, sino en el odio y la agitación.
La izquierda abertzale: la violencia como único lenguaje
El problema de fondo es que para ciertos sectores de la izquierda radical, la violencia no es una excepción, sino una herramienta política. La izquierda abertzale, herederos ideológicos de aquellos que justificaron durante décadas el terrorismo de ETA, no ha cambiado tanto como nos quieren hacer creer. Se han puesto corbata, han aprendido a moverse en las instituciones, pero en las calles siguen usando las mismas tácticas de siempre.
La historia se repite: cualquier movilización que pueda ser utilizada para sus intereses termina en disturbios, enfrentamientos con la policía y destrozos en la ciudad. No buscan la memoria, no buscan justicia. Buscan confrontación, buscan tensión y buscan un enemigo al que culpar de todos sus males.
Y la pregunta es: ¿hasta cuándo se va a permitir esta impunidad? ¿Cuántos más disturbios, cuántos más ataques a la policía, cuántos más comercios destrozados hacen falta para que se actúe con firmeza?
Un Estado de Derecho que no se hace respetar
La respuesta del Estado frente a esta escalada de violencia es tibia, cuando no inexistente. Mientras en otros países la violencia callejera es castigada con dureza, en España se sigue permitiendo que una minoría radical secuestre la vía pública sin consecuencias reales. La Ertzaintza carga contra los violentos, pero, ¿de qué sirve si al día siguiente vuelven a estar en la calle? Las leyes son demasiado laxas con quienes usan la violencia para imponer su verdad.
En un país donde la okupación ilegal es casi un derecho, donde los delincuentes reincidentes campan a sus anchas y donde la policía está más cuestionada que los radicales, ¿qué futuro nos espera? Lo de hoy en Vitoria es solo un síntoma de una enfermedad mucho más profunda: la permisividad con la violencia cuando esta viene de la izquierda.
Conclusión: Memoria sí, adoctrinamiento y violencia no
El 3 de marzo debería ser un día de memoria y respeto, no de caos y violencia. La izquierda radical sigue instrumentalizando el pasado para justificar su agenda de confrontación, utilizando a jóvenes adoctrinados como ariete contra el orden y la policía.
Si realmente queremos honrar a las víctimas del 3 de marzo de 1976, debemos rechazar cualquier intento de manipulación política y, sobre todo, exigir que la ley se haga cumplir con firmeza contra quienes convierten las calles en su campo de batalla particular.
Porque la memoria no se defiende con adoctrinamiento, ni con botellas, ni con violencia. Se defiende con verdad, con justicia y con respeto.
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