Las calles de Aldabe y Coronación, una vez zonas vivas de Vitoria, se han transformado en espacios de violencia recurrente. Los enfrentamientos entre bandas dedicadas al narcotráfico, el uso de navajas y hasta gas pimienta en plena vía pública han sembrado el miedo entre los residentes. Pero lo más alarmante no es solo la escalada de estos actos violentos, sino la respuesta de las autoridades locales. Tanto el PSOE como el PNV, partidos que actualmente controlan gran parte de la política local, han minimizado el problema. Para el PSOE, estos incidentes no son más que casos aislados, mientras que el PNV insiste en que la percepción de inseguridad en la ciudad es exagerada.
Este enfoque despreocupado contrasta radicalmente con la realidad que viven los vecinos, quienes, día tras día, ven cómo su entorno se vuelve más peligroso. El hecho de que el uso de armas blancas y gas pimienta en plena luz del día no genere una respuesta contundente por parte de las autoridades revela una falta de voluntad política para enfrentar de manera eficaz los problemas de seguridad. No estamos ante hechos aislados, como se pretende hacer creer. Los incidentes en Aldabe y Coronación son un síntoma de un deterioro social más profundo, y este tipo de violencia no surge de la nada.
Es imperativo recordar que la seguridad no es solo un asunto policial. La descomposición social en estas zonas, alimentada por la falta de oportunidades, la exclusión económica y la presencia creciente del narcotráfico, está gestando un caldo de cultivo para más violencia. Si no se actúa de manera integral, estamos en riesgo de seguir los pasos de lugares como Molenbeek en Bruselas, un barrio que se convirtió en un símbolo de exclusión social y violencia debido a la falta de intervención oportuna.
¿Cómo evitar que Vitoria caiga en este ciclo?
Para que Aldabe y Coronación no terminen como otros barrios europeos marcados por la violencia y el abandono, se necesita un plan de acción integral. Primero, una respuesta policial más firme, con una mayor presencia que disuada a las bandas de actuar impunemente. Pero, además, las soluciones deben incluir inversión social. No basta con detener a los delincuentes; es fundamental atacar las causas estructurales que alimentan el crimen.
La rehabilitación de estos barrios debe pasar por mejorar el acceso a oportunidades laborales y educativas para los jóvenes, que son a menudo el grupo más vulnerable al reclutamiento por parte de bandas criminales. Se debe trabajar en la inclusión social y económica de estas zonas, devolviendo a sus residentes la esperanza en un futuro mejor y, con ello, reconstruir la confianza en las instituciones que hoy parecen haberles dado la espalda.
Finalmente, la clase política debe dejar de usar el problema de la inseguridad como arma arrojadiza entre partidos. Este no es un tema de percepción ni de casos aislados; es una realidad urgente que demanda acciones inmediatas. Las instituciones tienen una deuda con estos barrios y con sus habitantes, quienes merecen vivir en paz y sin miedo. Es hora de pasar de las palabras a los hechos. Si no actuamos ahora, el costo humano y social será demasiado alto.
Reflexión final
Vitoria no puede permitirse perder más barrios a la violencia. No podemos esperar a que la situación se deteriore aún más. La seguridad, la convivencia y el futuro de nuestros vecinos están en juego. ¿Vamos a seguir ignorando el problema o tomaremos las riendas de una solución que beneficie a todos?
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