
Mientras el Gobierno Vasco presume de modernidad y compromiso con la salud pública, la realidad que viven nuestros centros de salud es otra muy distinta: vacíos, sin médicos, y con una atención cada vez más deteriorada. Ahora, en un intento desesperado por maquillar su nefasta gestión, Osakidetza lanza una campaña para atraer a médicos jóvenes con sueldos base de más de 56.000 euros y contratos de hasta tres años. ¿El motivo? No quedan médicos. ¿La causa? Años de políticas sectarias que han hecho del euskera no un valor cultural, sino una barrera excluyente.
Porque aquí está el verdadero escándalo: miles de jóvenes médicos formados en nuestras universidades, con años de preparación, se ven excluidos de las OPEs de Osakidetza por no tener el famoso perfil lingüístico en euskera. No por falta de conocimientos médicos, no por incompetencia, sino por no superar una prueba idiomática que nada tiene que ver con salvar vidas. Y ahora, tras haber cerrado la puerta a nuestros propios profesionales, el Gobierno Vasco la abre de par en par para atraer a médicos de otras comunidades. ¿Qué fue del discurso de promoción del talento local?
Es indignante. Osakidetza prefiere dejar vacías más de 100 plazas en Urgencias, en Atención Primaria o en consultorios rurales antes que flexibilizar su imposición lingüística. Y cuando la situación se vuelve insostenible, en lugar de rectificar, optan por mejorar las condiciones laborales para atraer a los que nunca les exigieron el euskera como requisito de entrada. ¿Van a mantener esa exigencia para hacer fijos a los nuevos médicos? ¿O también será “temporalmente prescindible” para los de fuera mientras a los de aquí se les sigue exigiendo?
No nos engañemos. El problema no es solo la falta de médicos, sino la incapacidad política de reconocer que han creado un sistema que margina a los profesionales por no cumplir con un requisito que nada tiene que ver con la vocación médica. La radicalización del idioma en el acceso al empleo público no solo es injusta, es una forma de discriminación encubierta que está costando la salud de miles de ciudadanos.
Es mucho más fácil atraer y retener talento cuando se ofrecen condiciones justas, estables y enfocadas en la calidad profesional, no en el carnet lingüístico. No hay que regalar sueldos ni prometer contratos milagrosos. Hay que eliminar las trabas ideológicas, apostar por la competencia y premiar el mérito.
Los ciudadanos merecen médicos competentes, no hablantes de euskera por decreto. Y los médicos merecen trabajar en condiciones dignas, sin chantajes lingüísticos, sin contratos basura y sin que su futuro profesional dependa de una política lingüística más preocupada por los votos que por la salud pública.
Basta ya de sectarismo. Basta ya de despreciar a nuestros jóvenes formados. Basta ya de hipotecar la sanidad pública en nombre de una ideología.
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