El enfrentamiento entre GKS y EH Bildu se ha convertido en una especie de espectáculo recurrente en el panorama político vasco, donde ambos intentan ganar la medalla de «quién es más radical». GKS, con su discurso antiinstitucional, no pierde oportunidad de atacar a EH Bildu, acusándolo de traicionar a la clase trabajadora al aceptar la agenda «antiproletaria» de la Unión Europea y apoyar al Gobierno del PSOE. Por otro lado, EH Bildu sigue tocando a dos bandas: se presenta como un baluarte de la izquierda abertzale, pero, al mismo tiempo, respalda presupuestos como los de la OTAN mientras clama por una Euskal Herria independiente y socialista. Esta situación no deja de ser contradictoria y, a la vez, frustrante para quienes buscan un verdadero cambio.
Lo que resulta más desconcertante es que, mientras ambos grupos se enfrascan en una guerra de retórica radical, las propuestas concretas brillan por su ausencia. GKS parece atrapado en un purismo ideológico que rechaza cualquier forma de compromiso político, como si gritar desde la trinchera fuese suficiente para lograr transformaciones reales. Proponen la ruptura total con la UE y la OTAN, pero, ¿cómo planean llevar a cabo esa agenda en un mundo tan interconectado? Mientras tanto, sus acusaciones de «traición» hacia EH Bildu no terminan de ofrecer una alternativa clara para los ciudadanos que buscan una izquierda capaz de gestionar el presente, no solo de soñar con una utopía revolucionaria.
Por otro lado, EH Bildu, en su afán de participar en la política institucional, ha terminado adoptando posturas que a menudo parecen contradicciones de sus propios principios. La coalición, que originalmente representaba una alternativa fuerte al bipartidismo y al centralismo español, ha terminado apoyando al PSOE en varias ocasiones, alegando pragmatismo. Pero este pragmatismo corre el riesgo de diluir sus ideales, alejando a sus bases más radicales y dejando un sabor agridulce en quienes esperaban algo más que alianzas estratégicas con quienes han sido parte del statu quo.
En definitiva, tanto GKS como EH Bildu están jugando un juego peligroso: GKS corre el riesgo de quedarse aislado en su burbuja de radicalismo estéril, mientras que EH Bildu sigue perdiendo credibilidad al presentarse como un partido «revolucionario» que, al final del día, hace concesiones a un sistema que afirma combatir.
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