Estamos viviendo una auténtica carrera hacia la electrificación total, impulsada por una mezcla de fanatismo ecológico y falta de previsión. ¿El resultado? Redes eléctricas colapsadas, precios por las nubes y ciudadanos que pagamos los platos rotos. Euskadi es el último ejemplo de este caos, con una industria que demanda ocho veces más energía en solo tres años mientras las infraestructuras no dan la talla. Pero claro, la solución es siempre pedir más al Estado, aunque por otro lado se reclamen competencias autonómicas. ¿Quién entiende esto?
El cuento de la lechera eléctrica
Nos venden la electrificación como el futuro, pero se olvidan de algo básico: las redes no soportan tanta carga. En Euskadi, las peticiones de conexión eléctrica triplican la potencia renovable instalada. Si eso no es un cuello de botella monumental, no sabemos qué lo es.
¿Qué hace el Gobierno vasco? Clama por un plan estatal que permita invertir en infraestructura. ¿No eran ellos los defensores de la autonomía? ¿No deberían tener un plan propio ya listo? Es fácil criticar al Gobierno central cuando las cosas no salen, pero resulta que aquí nadie está haciendo los deberes.
¿Fanatismo ecológico o pragmatismo energético?
El problema no solo es político, también es ideológico. El fanatismo por las renovables está dejando de lado soluciones más sólidas, como la energía nuclear. Mientras países como Francia garantizan su suministro eléctrico con nucleares, aquí nos aferramos a molinos de viento y placas solares que, por mucho que se expandan, no pueden funcionar sin una red de distribución moderna.
Sí, queremos un futuro más verde. Pero esa transición necesita tiempo, dinero y sentido común. No puedes electrificar todo —coche, calefacción, industria— mientras las redes están al borde del colapso. Y no olvidemos nuestra dependencia energética. Seguimos comprando electricidad a Francia y gas a Argelia y rusia, mientras presumimos de «transición ecológica». ¿Quién sale ganando? Porque los ciudadanos, desde luego, no.
¿Y los ciudadanos qué?
Hablemos claro: la factura de la luz es un robo a mano armada. Nos imponen costes regulados que no hacen más que subir, mientras nos obligan a adaptarnos a esta electrificación. Los coches eléctricos son el futuro, dicen, pero no cuentan que los puntos de recarga saturan aún más una red ya sobrecargada. Y mientras tanto, sube la electricidad, suben los impuestos, y los ciudadanos seguimos pagando.
Todo esto sin hablar de las consecuencias. Si las redes no se modernizan, los apagones serán la nueva normalidad. ¿Es ese el progreso que queremos? Porque parece que estamos retrocediendo en vez de avanzar.
Reflexión final
España y Euskadi necesitan soluciones reales, no promesas vacías ni propaganda ecológica. Invertir en infraestructuras eléctricas no es opcional, es urgente. El Estado debe permitir más inversión, pero también las comunidades autónomas deben asumir su parte de responsabilidad. Y, sobre todo, necesitamos un enfoque energético pragmático: renovables, sí, pero combinadas con nuclear y menos dependencia externa.
Los ciudadanos estamos hartos de pagar por la incompetencia de unos y las obsesiones de otros. Queremos una transición energética que funcione, que no nos arruine y que garantice el suministro. ¿Es mucho pedir?