La gestión de los menores extranjeros no acompañados (MENAs) en España no solo es un desastre, sino que está lejos de cumplir con los estándares que exige la Convención sobre los Derechos del Niño (1989). ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Qué sentido tiene acoger a menores provenientes de países como Marruecos, donde no hay guerra y cuya economía no está tan lejos de la española, si no podemos garantizarles un futuro digno?
La paradoja de la acogida en España
Según los datos, más del 60% de los MENAs en España son marroquíes. Estos niños y jóvenes llegan a nuestro país con la esperanza de encontrar un futuro mejor, pero lo que encuentran es hacinamiento, falta de recursos y un sistema que no tiene capacidad para integrarlos. ¿Y cuál es el resultado? Una frustración total. Sus expectativas se truncan y, muchas veces, se ven empujados a delinquir para sobrevivir.
Por si fuera poco, este colectivo está asociado al mayor porcentaje de delitos cometidos por MENAs. ¿Por qué? No porque sean «delincuentes», sino porque el sistema español les falla desde el primer momento. Los acogemos sin planes reales de integración, los abandonamos en centros sobresaturados y sin perspectivas. España no está siendo un refugio, está siendo una trampa.
Los recursos no llegan a quienes realmente lo necesitan
Mientras tanto, los menores que huyen de países en guerra o de extrema pobreza quedan relegados. Esos niños que de verdad necesitan protección urgente, que escapan de conflictos armados o condiciones infrahumanas, se encuentran con un sistema incapaz de darles lo que merecen, porque los recursos están agotados.
¿Cómo es posible que España gaste millones en un sistema de acogida que no funciona? Estos fondos no solo no ayudan a los MENAs que ya están aquí, sino que también dejan sin cobertura a los niños que sí cumplen con los criterios de urgencia internacional.
El incumplimiento de la Convención sobre los Derechos del Niño
España está vulnerando la Convención sobre los Derechos del Niño de varias maneras:
- No garantiza un entorno seguro y digno para los menores acogidos.
- Fracasa en ofrecer itinerarios educativos y laborales que les permitan salir del círculo de exclusión.
- Acepta más menores de los que puede atender, dejando sin recursos a los que realmente lo necesitan.
Este incumplimiento no solo es vergonzoso, sino también inmoral e insostenible. ¿Qué clase de ayuda estamos ofreciendo si, al final, ponemos a los menores en una situación peor que la que tenían en su país de origen?
La solución: devolver para proteger
La solución más sensata no es acumular menores en centros que no tienen capacidad ni recursos. Es momento de devolver a los menores marroquíes a sus familias o a los servicios sociales de su país, siempre garantizando su seguridad. Marruecos, como país estable, tiene los medios para hacerse cargo de ellos si se establecen acuerdos bilaterales efectivos.
Al liberar estos recursos, España podría centrarse en los menores que realmente lo necesitan: aquellos que huyen de guerras, persecuciones o pobreza extrema. Es una cuestión de humanidad y de justicia.
Reflexión final: un enfado necesario
Es indignante que esta situación se haya permitido. La falta de previsión de los organismos responsables no solo está perjudicando a los menores marroquíes que vienen en busca de un sueño que no pueden cumplir, sino también a los niños que llegan desesperados desde países en guerra. Estamos gastando recursos en un sistema roto que ni protege ni integra, y seguimos sin respuestas claras.
¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo permitimos que esta negligencia continúe? Si España no puede cumplir con sus compromisos internacionales, debe replantearse cómo y a quién acoge. Porque no es solidaridad acoger si no podemos garantizar un futuro digno. Es momento de actuar.
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