Es hora de hablar claro: nuestros jóvenes están atrapados en un círculo vicioso de precariedad, conformismo y falta de perspectivas. La generación que debería estar construyendo el futuro de España se encuentra, en cambio, malviviendo entre contratos basura, bajos salarios y una educación que no les prepara para competir en un mundo cada vez más exigente.
¿Y qué hace el Gobierno? Falsear la realidad. Presentan cifras maquilladas, ocultan el drama del desempleo juvenil, y mientras tanto, los jóvenes lideran tasas de absentismo y trabajos temporales. Nos venden que todo está bajo control, pero la verdad es que vamos directos al abismo.
La raíz del problema no es solo económica; es social, educativa y cultural. Desde las políticas educativas, que han eliminado el mérito y el esfuerzo, hasta el entorno familiar y laboral que, por amor o por resignación, no desafía a los jóvenes a aspirar a más. Hoy en día, parece que enseñarles a sacrificarse, a luchar por sus sueños, es algo pasado de moda. En su lugar, se fomenta una cultura del «todo vale» y de la inmediatez, dejando de lado los valores que realmente construyen carácter y oportunidades.
El resultado es evidente: una generación desmotivada, que no encuentra cómo emanciparse ni hacer su propia vida. Jóvenes que dependen de sus padres no porque quieran, sino porque las condiciones laborales y económicas no les dejan otra opción. Y, ¿cómo se les culpa? Si tienen que saltar de un empleo precario a otro, ¿quién les puede pedir que planifiquen un futuro o inviertan en su formación?
Sin embargo, aquí está el verdadero problema: si seguimos así, no solo ellos pierden; pierde el país entero. Sin jóvenes formados, ambiciosos y con valores sólidos, España está condenada a una mediocridad eterna. Necesitamos darles las herramientas para triunfar: una educación que premie el esfuerzo, oportunidades laborales reales y políticas que les impulsen, no que les anclen en la desesperación.
Pero no es solo responsabilidad del Gobierno, aunque tenga una enorme parte de culpa. También nosotros, como sociedad, debemos dejar de romantizar la conformidad y la comodidad. Tenemos que exigir más a nuestros jóvenes, porque lo merecen. Merecen tener sueños, y también merecen la posibilidad de alcanzarlos.
Esto no va solo de números o estadísticas. Va de un cambio de mentalidad. Necesitamos formar a una generación que entienda que el esfuerzo no es un castigo, sino una llave para abrir puertas. Que el sacrificio no es una carga, sino el camino hacia una vida digna y plena.
Si no le damos la vuelta a esta situación, el futuro que estamos construyendo no será un futuro. Será un espejismo, una ilusión que se desmoronará cuando nos demos cuenta de que dejamos a nuestros jóvenes atrás. España necesita un cambio, y lo necesita ya. Por el bien de ellos, y por el bien de todos.
Porque no podemos permitirnos perder a una generación más.
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