La madrugada del 5 de octubre en Vitoria dejó una imagen preocupante: tres jóvenes detenidos por un robo violento, en el que una víctima fue herida con un cúter. Las autoridades, en su discurso habitual, insisten en que estos son «casos aislados» o que la inseguridad es simplemente una percepción distorsionada de los ciudadanos. Pero cuando estos incidentes se repiten una y otra vez en diferentes puntos de nuestras ciudades, ¿cómo pueden seguir afirmando que se trata de una simple percepción?
La realidad es que la inseguridad está aumentando, y lo que resulta aún más inquietante es la situación de desamparo en la que se encuentran muchos jóvenes inmigrantes que, al cumplir los 18 años, quedan fuera del sistema de acogida sin ningún tipo de apoyo para integrarse en la sociedad. Este sistema, diseñado para proteger y acoger a menores extranjeros no acompañados, está fracasando. Muchos de estos jóvenes terminan en situaciones de marginalidad, sin empleo, sin educación adecuada y sin un camino claro hacia un futuro digno.
El caso de Vitoria es solo un ejemplo más de un problema más amplio. El robo violento con arma blanca no es un hecho aislado, sino parte de una tendencia que se repite en diferentes ciudades. Los jóvenes, abandonados por un sistema que no ha sabido ofrecerles oportunidades reales, caen en la delincuencia y se convierten en protagonistas de incidentes que siembran el miedo entre los ciudadanos.
Las autoridades deben dejar de negar la realidad. La inseguridad no es solo una percepción, es un problema que exige soluciones. Necesitamos un sistema de acogida que funcione, que ofrezca integración real, educación y trabajo a los jóvenes inmigrantes. No basta con medidas represivas; necesitamos políticas que ataquen la raíz del problema, que den a estos jóvenes un futuro antes de que caigan en la delincuencia.
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