Hablar de los MENAs (Menores Extranjeros No Acompañados) es tocar una de las fibras más sensibles de la sociedad actual. Se supone que estos niños y jóvenes deberían ser protegidos bajo el Tratado de los Derechos del Niño, que España y Europa firmaron para garantizar su bienestar y futuro. Pero la realidad es muy distinta: lejos de ser tratados como personas, muchos de ellos son usados como simples monedas de cambio en un juego geopolítico donde todo vale.
¿Protegemos a los menores o los estamos utilizando?
El espíritu del Tratado de la Infancia es claro: todo menor tiene derecho a protección, educación y un futuro digno. Sin embargo, ¿qué estamos haciendo realmente? Miles de niños llegan cada año a España y Europa en busca de un futuro mejor, pero se encuentran con un sistema saturado que no puede garantizarles ni lo básico.
Y aquí viene la pregunta incómoda: ¿es ético acoger a menores que no huyen de guerras ni pobreza extrema, mientras otros, verdaderamente necesitados, quedan desatendidos por falta de recursos?
Marruecos y su estrategia de “selección”
Es imposible ignorar el papel de Marruecos en esta crisis. ¿Por qué parece que elige retener a los jóvenes con más talento y formación, mientras permite que otros crucen las fronteras hacia Europa? Parece cruel decirlo, pero la evidencia apunta a una estrategia premeditada: quedarse con los que pueden levantar el país y “exportar” a aquellos que perciben como problemáticos.
- El doble juego de Marruecos: Mientras mantiene relaciones diplomáticas con Europa, utiliza a estos menores como herramienta de presión. Su mensaje implícito es claro: “Si no colaboráis, recibiréis más migrantes”. Y en esta estrategia, los menores se convierten en peones de un tablero político.
España y Europa: Saturación y promesas vacías
España y Europa, con un discurso de buenismo y acogida, se han comprometido a recibir a estos menores, pero la verdad es que no están preparados para cumplir esas promesas.
- Un sistema roto: Al llegar, muchos MENAs son enviados a centros de acogida desbordados, donde la integración es más una utopía que una realidad. Sin educación adecuada, sin recursos suficientes y sin apoyo real, ¿qué opciones les quedan?
- Delincuencia como salida: Es duro, pero para algunos, la única manera de subsistir es delinquir. Y lo más grave es que, con un sistema judicial colapsado y unas leyes que apenas castigan a los menores reincidentes, se crea un círculo vicioso: delinquir sale barato.
El verdadero drama: Menores que sí necesitan ayuda
No todos los MENAs vienen buscando ayudas o aprovechándose del sistema. Muchos huyen de guerras, violencia extrema o pobreza insoportable. Pero al llegar a Europa, se encuentran con un sistema incapaz de protegerlos porque está saturado con menores que no cumplen los criterios de urgencia.
- ¿Estamos siendo justos? Al permitir que el sistema se colapse, estamos fallando precisamente a quienes más lo necesitan. Ni ellos obtienen el futuro que buscan, ni nosotros como sociedad cumplimos con nuestros valores éticos.
¿Es hora de cambiar las reglas?
La situación actual es insostenible. No solo estamos incumpliendo el Tratado de los Derechos del Niño, sino que estamos permitiendo que los menores sean usados como herramientas de presión política. Es hora de plantearnos cambios profundos:
- Cerrar las fronteras temporalmente: No se puede seguir recibiendo más menores sin antes garantizar un sistema que funcione.
- Legislación más clara: Regular quién tiene derecho a quedarse y repatriar a aquellos que no cumplan los requisitos, siempre con respeto a sus derechos humanos.
- Acuerdos con los países emisores: Exigir a Marruecos y otros países que asuman su parte de responsabilidad, reteniendo a sus menores y gestionando sus problemas internos.
- Priorizar a los más necesitados: Ofrecer acogida solo a quienes realmente huyen de guerras y pobreza extrema, asegurando que reciban la atención que merecen.
Reflexión final: Menores usados como herramientas de presión
Es desgarrador pensar que estamos fallando tanto a estos menores como a nosotros mismos. Los MENAs no son cifras, ni herramientas diplomáticas, ni el problema de otro país. Son personas. Niños y jóvenes que merecen una oportunidad, pero no un sistema que los use y luego los abandone.
Es hora de poner límites al abuso de las fronteras, al buenismo vacío y a la falta de coordinación. Solo con un sistema ético, firme y funcional podremos garantizar que los menores migrantes no sigan siendo peones de un juego en el que todos pierden.